La sinceridad es una cualidad que se valora mucho en las relaciones
humanas, pero que no siempre se practica con acierto. Ser sincero no consiste
en decir todo lo que pensamos, sino en decir lo necesario, con empatía y
sabiduría.
El maestro espiritual Samael Aun Weor nos enseña que "es tan malo
hablar cuando se debe callar como callar cuando se debe hablar". Algunas
veces hablar es un delito. Otras veces, callar también lo es. Saber discernir
cuándo y cómo expresarnos es un arte que requiere de una mente clara y un
corazón puro.
Una misma palabra puede ser una bendición para una persona y un insulto
para otra. Aprender a usar el verbo y saber calcular con precisión el resultado
de nuestras palabras es una actitud importante para tener una rica vida
interior, así como aprender a no criticar o juzgar a nadie.
Conquistar una mente sencilla, humilde y llena del más profundo respeto
es una disciplina maravillosa que nos permitirá descubrir la verdadera
fragancia de la sinceridad. La sinceridad no es solo una forma de comunicarnos,
sino una forma de ser y de vivir.
La sinceridad nos hace libres de la hipocresía, la falsedad y la
mentira. Nos hace honestos con nosotros mismos y con los demás. Nos hace
auténticos y coherentes. Nos hace dignos de confianza y de amor.
La sinceridad es una virtud que se cultiva con el tiempo y con la
práctica. No se trata de ser perfectos, sino de ser conscientes. No se trata de
herir, sino de ayudar. No se trata de imponer, sino de compartir.
La sinceridad es una luz que ilumina nuestro camino y el de los que nos
rodean. Es una fuerza que nos impulsa a crecer y a evolucionar. Es una belleza
que nos embellece y nos enaltece.
La sinceridad es un regalo que nos hacemos a nosotros mismos y a los
demás. Es una expresión de nuestra esencia y de nuestra alma. Es una
manifestación de nuestro amor y de nuestra verdad.
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